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En época de likes, ¿por qué empezar sin seguidores?

En época de likes, ¿por qué empezar sin seguidores?

En tiempo de Redes Sociales, likes y followers, pareciera que es eso lo único que nos da valor. Miramos el número, propio y ajeno, muchas veces antes que el contenido. Apuntamos a crecer en seguidores, a la mirada del otro, antes de pensar qué clase de información queremos compartir y de qué manera ese contenido va a impactar en el otro para poder armar una comunidad, que sirva. El número define y la imagen que damos, recortada y muchas veces cargada de filtros, se transforma en una vidriera de nosotros mismos; olvidándonos quiénes somos y a quiénes estamos viendo: personas reales, detrás de un dispositivo.

Basta simplemente con poner “Followers” en Google, e inmediatamente aparecen infinidad de ofertas: comprá seguidores, herramientas de crecimiento, influencers y demás. Muchos de esos anuncios, incluso, ofrecen “seguidores reales”; como si la supuesta compra de voluntades fuera incluso mejor que la posibilidad de hacerse de seguidores “falsos”. Si, ya se, apunta a perfiles activos en lugar de perfiles inactivos o únicamente creados con el fin de ser vendidos, pero déjenme salir de la literalidad e hilar un poco más fino; comprarlos no está tan mal, siempre y cuando luzcan reales. Que no se note. Porque lo que importa no es de qué están hechos, sino la imagen que dan. La imagen nuestra que dan (y nos dan).

Es cierto que la obsesión por los seguidores no es un fenómeno reciente, la búsqueda del reconocimiento existe desde mucho antes que las aplicaciones en el celular. Pero no podemos negar cómo se ha potenciado y que tan al alcance de la mano (incluso con costos mediantes) tenemos la posibilidad de hacernos de varios de ellos. La autorrealización del sueño. ¿Verdad?

No quiero ser inocente. Se trata de un sueño que además de traer la sensación tan anhelada de cariño y admiración, muchas veces viene acompañado de grandes beneficios económicos. El número además de definir, vende. Y por eso muchos están dispuestos a pagar los altos costos que conlleva, no sólo en términos económicos, comprando seguidores, sino en términos de privacidad, exponiendo sus vidas íntegramente a extraños, y con la propia salud mental, volviéndose absolutamente dependientes del like.

Dinero, privacidad y salud mental parecen ser la moneda de cambio que estamos poniendo en juego, en mayor o menor medida, a fin de lograr “un buen número” de aceptación virtual. Con todos los efectos negativos que conlleva. Pero aún peor, estamos dejando que el número nos condicione: arrastramos nuestros límites, adaptamos nuestros comportamientos, filtramos la información que recibimos y la valoramos dependiendo de la popularidad del emisor.

También nos autocondicionamos: los seguidores reflejan qué tan autorizados estamos a decir o pensar; y en esa misma línea, sabemos, la popularidad da licencias: se puede hacer y decir porque se tiene un determinado número de personas atrás. No importanta tanto el qué se dice.

El éxito pasó a medirse por cantidad de likes. Compramos (cosas y pensamientos) por cantidad de likes. Medimos a las personas por cantidad de likes. Y, por supuesto, buscamos desesperadamente likes.

¿Y qué tendrá todo esto que ver con la creación de este espacio? ¿Dónde entra la crianza digital? ¿Y por qué me estoy deteniendo en esta reflexión?

Pues bien, como padres y adultos responsables, no solo no estamos ajenos a esta escalada de búsqueda de aprobación virtual. Por el contrario, estamos absolutamente inmersos en ella, a tal punto que muchas veces la moneda de cambio suele ser la propia intimidad de nuestros hijos. Sin embargo, ese no es el principal argumento que quiero tratar hoy. No, ya lo hablaremos más adelante, seguramente. 

Quisiera que por un segundo nos detengamos a pensar en qué le estamos transmitiendo a nuestros hijos, en la vida “real” y también en el entorno digital.

¿Qué tipo de contenido consumimos? ¿A quiénes estamos “poniendo en el pedestal”? ¿Qué costo está pagando esa gente para estar ahí? ¿Quién es verdaderamente exitoso y de qué se trata ese éxito? ¿Es gratuito y para siempre? ¿Es real? ¿Para qué se usa el éxito y para qué lo estamos buscando?

Tengo la sensación de que en la vorágine del día a día, estamos bastante acostumbrados a comprar el paquete armado que nos intentan vender: la cara, los likes, los premios, la vida y el éxito. El existir. Y todo está allá, del otro lado de la barrera de los ¿1000 likes? ¿10000 likes? ¿1 millón de likes? Los que sea. Todo está del otro lado.

Entonces, surge la desesperación. Nos desesperamos por existir en el mundo real pero sobre todo en el mundo digital, porque (en el buen y en el mal sentido) es el que más expuestos nos deja. Y empezamos a pagar costos altísimos, sin siquiera notarlo. De a poco, la línea se corre un poco más, sin darnos cuenta que cuánto más presionamos, más tendemos a entregar. 

E, indefectiblemente, estamos educando con el ejemplo. Y son los chicos quienes nos ven desesperados, haciendo lo que de lugar, perdiendo los límites autoimpuestos y dispuestos a armar una foto de alguién que efectivamente no somos con tal de gustar. Y después, buscar ajustarnos a esa imagen que pudimos crear, para no perder el lugar. Son ellos quienes nos ven necesitando la aprobación del afuera y quiénes aprenden la definición que le estamos enseñando sobre éxito. ¿Cómo no van a estar los chicos dispuestos a cualquier cosa con tal de encajar y resaltar? ¿No es acaso lo que les estamos transmitiendo?

Por eso, decido arrancar este espacio desde cero. Con quién soy hoy. Con todo lo que sé que puedo aportar, pero sobre todo, porque quiero que se trate de un espacio dónde podamos conversar, reflexionar y avanzar, desde la verdad, sin recortes irreales de vida ideal. No quiero que el número me defina. No quiero que el número venda. No quiero transmitir que solo se puede pasar a la acción una vez que “el ajeno” valide quién soy. 

Por supuesto que quisiera poder llegar a mucha gente. Por supuesto que me alegraría muchísimo contar con ustedes. Claro que agradeceré los likes y los followers. Claro que sí. No solo por gusto o ego personal; sino también, y más importante aún, porque estoy convencida de la importancia que tienen los temas que voy a tratar, en la construcción de infancias sanas, seguras y respetadas y, a futuro, de ciudadanos digitales, que puedan aportar para un mundo mejor.

Pero no a cualquier precio. No pagando ningún costo. Y mucho menos no, vendiendo(te) y vendiendo(me) alguien que no soy; porque no quiero educar a mi hijo con ese ejemplo.

¡Te invito a sumarte, si creés que te puede sumar!

 

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