¡Hola! ¿Cómo estás? Mi nombre es María Eugenia Trione y quiero aprovechar para contarte un poco de mí y de las motivaciones que hicieron que le diera vida a este espacio.
Soy abogada recibida en la Universidad de Buenos Aires - Argentina; y, desde hace muchos años, por lo menos 7, me encuentro interesada, estudiando y trabajando con las implicancias de las nuevas tecnologías y el marco legal: la protección de datos personales, los límites de la privacidad, la relevancia probatoria de los medios digitales y la identidad digital junto al difícil derecho al olvido, entre otras cosas.
Las analogías legales para adaptar una legislación vigente, pero constantemente desfasada, a la nueva realidad; así como las vulneraciones, sistemáticas, a nuestros derecho a manos de las nuevas tecnologías, han sido temáticas por las que me he apasionado.
En el aspecto profesional, dónde la mayoría de los abogados nos decantamos por litigar, todo ello quedaba generalmente al margen. Un ofrecimiento de prueba de medios digitales, dónde el desafío suponía identificar a los sujetos implicados; una oposición por presumir que tal o cual elemento violaba la privacidad de alguna de las partes; la demostración y cuantificación de un daño derivado de un acto producido en “la irrealidad de la red”. No mucho más. No mucho más en un mundo que se destaca por reparar o solucionar.
Sin embargo, cuanto más leía, cuánto más me formaba, cuánto más me adentraba, más sabor a poco me dejaba la pobre respuesta que podía dar desde el litigar. Incluso siendo esta respuesta absolutamente significativa para el caso en particular.
A veces tenía la sensación que mi ejercicio profesional podía tomar una dirección que me diera más satisfacción y que se tradujera en un servicio con mucho más potencial para toda la comunidad. Pero, en general, los chips implantados (casi imperceptiblemente) en nuestro paso por la universidad, sobre qué y cómo hay que hacer las cosas, hacen que sea muy difícil salir de la caja.
"Algo me faltaba. Algo más se podía hacer. Algo faltaba poner con más intensidad sobre el tapete. Sobre algo (ese algo) había muy pocas personas escuchando y aún muchas menos voces hablando. Quizá eran solo ideas mias. Quizá había encontrado a otros impulsada por la necesidad de saber más, por el mero gusto o por deformación profesional. Quizá no hacía falta. Quizá podía seguir comprando libros y leyendo cuanto artículo me cruzara por la web, sin nada más. Quizá solo se trataba de reajustar y volver a enamorarme de los objetivos profesionales que me había trazado una vez salida de la facultad".
Dudas, cuestionamientos, falsas certezas y pandemia mediante, mi vida se transformó. Fui mamá.
Leí por allí que “cuando nace un bebé, nace una madre”; Y en mi caso no solo nació un bebé y una mamá, sino que también nació una nueva visión de mi como mujer y profesional, y de aquello que podía hacer, como un granito de arena, en pos de colaborar a construir un mundo un poco mejor. Mitad utópico, mitad realista. Bastante yo.
Y fue a partir de enterarme de mi nuevo rol, que me fui volcando (primero de a poco, y al final como si no hubiera asunto académico y práctico que me pudiera interesar más) a las implicancias de las nuevas tecnologías en los niños y niñas: su crecimiento en una era digital, el acompañamiento, los “nuevos” peligros, la educación para ayudarlos a transformarse en ciudadanos y también (imprescindible) en ciudadanos digitales, la protección de sus derechos, el respeto a los derechos de los demás, la construcción de su identidad digital, entre otras (muchas) cosas.
Y en ese adentrarme a este mundo que se abrió paso en las últimas décadas, me encontré con 2 constantes:
- La subestimación (por falta de información, desconocimiento, desinterés o la elección casi inconsciente de mirar hacia otro lado) y,
- El acceso obstaculizado (por grandes check list de “las cosas que hay que hacer para que los niños estén seguros en internet” o recomendaciones de “blanco o negro” absolutamente estériles) a esas pocas voces que encontré hablando seriamente de estas temáticas.
Ambas constantes parecían chocar con una realidad: cada uno de nosotros, desde nuestro rol de padres, hijos, educadores, empresarios, gobiernos y Estados y aún como meros ciudadanos, estamos viviendo en un mundo en el cuál avanzan (a paso agigantado) las nuevas tecnologías y sus implicancias. Y son los niños, los nuevos ciudadanos, quiénes desarrollarán toda su vida en ese contexto y, en definitiva, determinarán las directivas del progreso y del futuro, de acuerdo a cómo y con qué herramientas se enfrenten a este “nuevo paradigma”.
Me pareció obvio, entonces, poner todos mis esfuerzos en valorizar la pregunta ¿cómo le vamos a enseñar a los niños a manejarse en el mundo (el digital, el de ahora)?
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Solo así podremos dedicarnos a conocer de qué se trata y qué está en juego, para poder transmitirlo y enseñarlo. Y es allí, en la apertura de espacios de divulgación, concientización y reflexión, dónde está puesto mi foco profesional. Porque recién ahí, mirando de frente dónde estamos parados, podremos empezar a pensar, en definitiva, ¿qué mundo les vamos a dejar?
Espero que te interese este nuevo espacio, y te sumes! Tu aporte va a hacer la diferencia.