¿Cuántas veces escuchaste el cuento de Caperucita Roja? Seguramente haciendo un flashback a tu niñez recuerdes a tus abuelos y padres contando o leyendo, innumerable cantidad de veces, la historia de esa niña tán confiada. Y enumerando, con voz grave y bien personificada, los artilugios a los que echaba mano el lobo para comerla. No te conozco, pero puedo imaginarte en este momento recordando la voz de tu lector preferido mientras decía “para mirarte mejor”. ¿Cierto?
No hay dudas, todos los cuentos infantiles (salvo aquellos que inventamos como último recurso y con pocas horas de sueño) tienen un metamensaje (valores, disvalores, enseñanzas y advertencias) oculto en su pretendida inocencia y divertida trama.
Los metamensajes llevan implícita y premeditadamente, una información manipuladora del inconsciente de quién lo recibe, apelando para ello a la emocionalidad. Justamente por eso, son un medio súper eficaz para abordar cuestiones que no sabemos cómo afrontar y educar “indirectamente”.
Caperucita Roja responde enteramente a esa caracterización: un entretenido cuento infantil, que ofrece, tácitamente, grandes pautas de seguridad para que los niños y niñas puedan desenvolverse en la vida con determinadas alertas activadas (¡Ten cuidado en quién confías! ¡No le brindes información privada a un desconocido!); y, una severa advertencia, que busca infundir temor y resalta lo imperioso de seguir al pie de la letra las recomendaciones dadas (¡El lobo quiere y puede comerte!).
Hoy en día, para muchos de nosotros, el cuento de Caperucita Roja quedó demodé. Se le han hecho, como a la gran mayoría de cuentos infantiles tradicionales, críticas por su estructura machista implícita, por la falta de diversidad sexual en sus personajes, reproducción de familias tradicionales, y otros planteos. Algunos de estos planteos responden a cuestiones determinantes (a nivel psicológico, social y educativo) y otros están impulsados por la corrección política reinante en esta época. Todos resultan igualmente válidos.
Sin embargo, en mi opinión, la crítica que cabe para éste y otros clásicos es que quedaron desfasados frente a los nuevos paradigmas educativos y de crianza. Hoy, somos muchos quienes elegimos educar con recursos pedagógicos, amigables y respetuosos para los niños; y, no hacerlo a través del temor.
Tratamos de transmitir, desde nuestro conocimiento y experiencia, explicando las causas, los riesgos y las consecuencias, para que los niños se nutran y puedan hacerle frente a las vicisitudes de este mundo con menos miedo y con mayor seguridad y responsabilidad.
Avanzamos; del “lobo” a poner nuestra expertise a disposición. Sin embargo, junto con nosotros, avanzó también (y a pasos agigantados y veloces) el contexto en el cual estamos inmersos. Hoy no se trata solo de educar a nuestros niños en su proceso de construcción como sujetos y ciudadanos; sino también, e igual de importante, educarlos y acompañarlos en su proceso de construcción como sujetos y ciudadanos digitales.
Y es aquí, dónde nosotros como adultos lejos estamos de poder comprender (por recientes, por aceleradas, por diversas y por la imposibilidad de constatar sus consecuencias) las nuevas tecnologías y sus implicancias, que (permítanme decirlo crudamente) empezamos a hacer agua.
Ya no solo no contamos con el conocimiento y la experiencia adquirida, sino que tampoco podemos dimensionar (física, palpable y con seguridad) la dimensión de esta nueva órbita. Ni siquiera, me atrevo a decir, tomamos conciencia de ella. Mucho menos para transmitirlo.
Somos adultos nacidos y criados en un mundo mayormente analógico, llevando adelante la tarea de criar niños que se desenvuelven en un mundo mayoritariamente digital. Y, faltos de información, nos está costando hacerlo de buena manera.
Estamos lanzando niños a este nuevo mundo sin asustarlos (afortunadamente) con “los lobos sueltos”; pero sin tampoco nutrirlos de conocimiento para que sepan de su existencia y procuren evitarlos. Nosotros mismos no nos estamos preocupando por conocerlos.
Y esa, es sin duda, una tarea que tenemos socialmente pendiente y sobre la cual, creo, debemos poner manos a la obra cuanto antes; porque cada minuto que pase sin hacernos de información, son minutos de niños (y de adultos) expuestos; y esa exposición, (por más mínima que sea) puede tener consecuencias irremediables y determinantes.
Creé este espacio con muchas expectativas y motivaciones, pero con un objetivo primario y prioritario: divulgar, poner en conocimiento y darnos lugar a reflexionar. Para que nos ayude, desde la información y la perspectiva, a acompañar y educar a los niños para desarrollar todo su potencial en el mundo que hoy les toca. Y para que como padres, podamos tomar las decisiones que creamos van a ser la mejor opción para nuestros hijos, desde la conciencia que da la información.
Descreo en general y más en cuestiones de crianza, derechos y nuevas tecnologías, dónde todo es relativo y cambiante, de las cuestiones “blanco vs. negro”; por ello, este espacio además de tener la finalidad de difundir conocimiento, es prioritariamente un espacio de puesta en común. Quiero que juntos podamos pensar, asumir una postura activa y, responsablemente, hacernos cargo de con cuáles herramientas vamos a robustecer a nuestros hijos.
Personalmente, mi objetivo estará cumplido si logro transmitir la importancia de adentrarnos en este nuevo mundo como sujetos absolutamente determinantes y de elegir cómo abordarlo con nuestros hijos. Aunque solo llegue a una persona. Aunque sólo resuene en una madre (o padre). Ojalá sean mucho más, porque estoy convencida, que gran parte de la construcción del futuro de los niños, pasará por acá.
¡Son bienvenidos cada uno de ustedes!